Alguien, que vivió hasta los
94, dijo muchas veces que sus 80 años habían sido una de las décadas en las que
más había disfrutado en su vida y hoy las hago mías. Sentía, como estoy
empezando a sentir yo ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida
y de la perspectiva mental. Uno tiene una larga experiencia de la vida, y no
solo de la propia, sino también de la de los demás. Hemos visto triunfos y tragedias,
ascensos y declives, revoluciones y guerras, grandes logros y también profundas
ambigüedades. Hemos visto el surgimiento de grandes teorías, para luego ver
cómo los hechos obstinados las derribaban. Uno es más consciente de que todo es
pasajero, y también, posiblemente, más consciente de la belleza. A los 80 años
uno puede tener una mirada amplia, y una sensación vívida, vivida, de la
historia que no era posible tener con menos edad. Yo soy capaz de imaginar, de
sentir en los huesos, lo que supone un siglo, cosa que no podía hacer cuando
tenía 40 años, o 60. No pienso en la vejez como en una época cada vez más
penosa que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en una época
de ocio y libertad, liberados de las urgencias artificiosas de días pasados,
libres para explorar lo que deseemos, y para unir los pensamientos y las
emociones de toda una vida. Tengo ganas de tener 80 años.
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